No todas las personas que viajan en un avión, llegan a sentir el placer de volar. Algunas por el contrario sufren y se agotan por el alto nivel de estres que les produce sentarse en un avión o con sólo saber que se van a subir a una cosa que los lleva por el aire. Ellas se catalogan como personas con miedo a volar.
Contrario a ese pequeño grupo, hay millones de personas que lo hacemos y disfrutamos segundo a segundo, más si estamos en la cabina de mando y no en la de pasajeros, aunque si vamos allí, también lo disfrutamos aunque algo menos para ser sinceros.
El estar en la cabina de mando de una aeronave, sin importar su tamaño, es una sensación indescriptible en términos normales. En tierra, el nivel de adrenalina se aumenta y se siente una sensación de emoción y alegría por salir a vuelo. Una vez se da la autorización para rodar a pista, el sonido del motor (o motores), el movimiento del avión en tierra es el preludio del climax.
El taxeo -o rodaje- se convierte en un transitar muy lento, que muestra a la cabecera de la pista... lejos... muy lejos. Pero al fin se llega y de nuevo el nivel de adrenalina comienza a subir. Una vez que la torre autoriza el decolaje y se tiene todo listo y revisado ...se sueltan los frenos y comienza la carrera de despegue... uff eso es lo máximo; concentración al 1.000 por ciento, el avión toma velocidad y de pronto, un sonido diferente se eschucha en nuestros oídos... el tren de aterrizaje no esta en contacto con el suelo y se esta recogiendo y el avión elevando.... todo pasa muy rápido, a izquierda y derecha se aprecia el terreno inclinado, como referencia del incremento de la altura del avión sobre el terreno...estamos en el aire.
Los segundos pasan muy rápido y desde la cabina todo comienza a verse más pequeño, el avión se nivela gradualmente y desde la posición del comandante, comienza a aparecer al frente y a los lejos el horizonte, el avión esta totalmente limpio (sin flaps) y la velocidad indicada se sigue aumentando... es allí cuando conseguimos el mayor nivel de emoción. Estamos en vuelo... recto y nivelado, y el mundo a nuestros pies. Es un momento de grandeza, pero a la ves de humildad, por que nos sentimos pequeños ante la inmensidad de lo que apreciamos a más de 15 o 20.000 pies de altura.
A pesar de vientos que generan alguna turbulencia, sabemos y confiamos en nuestras máquinas y sabemos que en unos momentos, más adelante, volveremos a sentir que el avión no se mueve, que se esta desplazando por la mejor autopista del mundo a gran velocidad. En ese momento tengo el control total y que inconcientemente deseo que no termine, pero después de un tiempo, me estoy acercando con mi aeronave al aeropuerto de destino y debo prepararme para realizar ciento de actividades para hacer un aterrizaje seguro en la pista indicada por Aproximación y confirmada más adelante por la torre del aeropuerto.
Una ves en tierra, siento el deseo de volver a repetir la experencia, la cual será siempre única y diferente, pero siempre tendre el deseo de hacerla nuevamente y mejor, si es que se puede mejorar en algo.
Así pasan las horas, lentamente, hasta que nuevamente una torre de control de algún aeropuerto me autoriza decolar y se repite el proceso... esa es la experiencia de volar: grata, placentera y emocionante y por ello, cuando estamos en tierra y vemos que un avión cruza frente a nosotros, nuestra cabeza se inclina (se levanta) como haciendo una venia a quienes van al mando de esa aeronave y donde quisieramos estar nosotros.
Esa es la experiencia de volar!
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